Este es el tercer texto de lo que denomino
La Serie 2014 de escritos míos en este Blog, es la continuación de
Este y Este, por ende es el tercero, no sé cuántos más vendrán, en todo caso espero que mis lectores lo disfruten.
___________________________________
EL ARRESTO,
“Me despidieron. Lo esperaba, el tipo nunca fue un jefe
flexible, comprensivo sí, pero flexible jamás. ¿Por qué esperaba el
despido?, supongo que tardarme los viernes unas cuantas horas más de lo
permitido era un motivo suficiente.
En la vida todo es como un
dominó, o eso dijo el psicólogo ese, después de que tumbé el escritorio y
golpeé al tipo tan fuerte que tuvieron que llamar a la policía. Esa
gente de la policía... Pobres, tienen que lidiar con un tipo lleno de
ira.
No estoy loco, eso lo tengo claro, simplemente sentía mucha
ira, casi una década sirviendo a sus intereses, como cualquier otro,
pero ese no era el motivo realmente. Todos sabían que el motivo es (o
era, ya no importa), ella.
Desde la secretaria de piernas
seductoras, hasta el barrigón de facturación, saben quién es ella y que
pasaba cada viernes en el garaje. Ella también me había despedido,
digamos despedido, sí, despedido. Tal vez se dio cuenta que no puede
amar a tres imbéciles a la vez. Tal vez.
Y también me despidió,
(despidió suena extraño, pero decente, algo sutil para todo esto...)
porque sintió que la amaba, y que yo no siempre iba a ser el tipo que le
servía de idiota útil, de juguete.
Son las nueve. Gracias a
la liquidación, llevo un par de semanas levantándome tarde y enviando
hojas de vida a cualquier empresa mediocre con un edificio decente, bien
ubicado, con cubículos bonitos y un baño privado, que desee
contratarme.
Vuelve mi mente a lo de los policías, golpeé al tipo,
sí, ya está, como cualquier borracho enfurecido.Ellos con su olor a
calle, a noche, a transexuales, a putas y borrachos, me tomaron por los
brazos, me esposaron y no musité una sola palabra. En parte el jefe fue
comprensivo, también sabía lo que me pasaba. Igual instauró la demanda.
Soy abogado, ¿qué esperaba?, argumenté que fue un momento de intensa
ira y dolor, lo justifiqué bajo las innumerables veces que llegué y me
tocó esperar afuera o los incontables viernes que me quedé solo,
haciendo el papeleo, buscando datos de los clientes... Era un poco
injusto, el tipo fue compresivo, pero al final, todo salió bien.
Me
mandaron al psicólogo, un psicólogo del Estado, un tipo como yo, pasó
por una Universidad, decente además, sufriendo por pagar su carrera para
sobrevivir de un empleo que le da el dinero suficiente para no sentirse
miserable. Como yo.
Unas cuantas terapias diarias. Listo. Que si
quiero unas sesiones extras o suscribirme a una terapia. Pura cortesía.
Ya le conté porqué lo hice, porqué golpeé al tipo, tumbé el escritorio y
me llevó la policía.
¿La causa?, bueno era más que obvio y ya lo he repetido, Ella.
Se ha vuelto una idea circundante en mi mente, cada día la quería más,
cada día la buscaba más, cada día esperaba más de ella, fui ¿inocente?,
al creer que me llegaría a querer como yo a ella. Su amor me empalagaba,
me hacía sentir como un niño, me recordaba mis mejores días. Sentía que
mi vida era excelsa junto a ella. Ya fuera comiendo algo y
coqueteándole un poco, o andando juntos por la calle, escuchando sus
quejas o ella mis penas...
Era feliz junto a ella. ¿Era feliz?, sí,
vaya, lo era. Sonreía al verla, como en el ascensor cuando me besaba y
existía esa chispa de pasión inesperada entre el piso octavo el
primero... o el Sótano. O cuando nos encontramos, en su apartamento o en
el mío, no fueron más de dos veces, por aquello de las apariencias.
Como me gustaba subir detrás de ella, no por verle el trasero y las
piernas, no. Simplemente porque podía perseguirla, tomarla por las
caderas y besarla en el cuelo, desprenderle las ropas y hacerla mía. Su
olor a Victoria's Secret (¿Era Victoria's secret? o alguna de esas
fragancias de valor, traídas de otro país?...) Como me encantaba ese
olor.
Nunca expresó más que unos cuantos monosílabos, claro, de
placer, y algunas veces enloqueció pensando que estaba mal lo que pasaba
en ese caluroso momento, pero le gustó. Aunque lo niegue hoy, aunque me
cierre la puerta en la cara y con su mirada trate de matarme. Sé que le
gustó.
Amé abrirle la puerta de mi diminuto apartamento, era
abrirle mi vida, mi corazón, no era solo por sexo, por sentir su piel, o
morder suavemente sus senos. No, no era porque ese momento llegaría.
Era solamente porque la sentía mía.
Jamás deseé que fuese mi esposa,
la escuchaba hablar con ese pobre idiota, y era intensa, sofocante,
asfixiante, casi tóxica, pobre hombre, y aún no sabe que no solo lo
engañaba conmigo, si no con otro infeliz... Le reclamaba, que los niños,
que el dinero de la mucama, que lo había visto saliendo con su
ex-esposa... Que, que, que, que, que... Agradecía que no era mi esposa.
Y yo la escuchaba, ahí a mi lado, con su espalda descubierta, con su
cabello largo, ahí sentía que le amaba. Se me helaba la sangre en las
venas con cada despedida, con cada beso que debía (por cuestión social)
darme en la mejilla. Pero más me dolía cuando sabía que no me diría
nada.
Unas pocas veces me susurró un te amo, y yo con mi exaltada
pasión la abrazaba fuerte y le decía cuánto adoraba escuchar esas
palabras. No lo niego, lo disfrutaba, pero sabía que algo había
cambiado... Tal vez era uno de los otros dos con quienes compartía su
vida, o simplemente se cansó de mí, de que le pidiera que fuera más mía.
Nunca llegué a entender cómo podía querer. Querer, amar, disfrutar...
¿Querer? ¿Amar?, ¿en serio lo hacía?, no lo sé, nunca entendí su forma
de querer, amar y disfrutar. Es imposible comprender a una mujer, eso
está claro, pero yo quería entenderlo, yo no quería dejarla, pero se
fue.
Dos meses en Oaxaca, Michoacán, Nuevo León, y Tijuana. Se
iba para México. El grandioso México, el maravilloso y fascinante
México. Tal vez vaya a la Riviera Maya y traiga su cuerpo bronceado, con
un color mestizo, perfecto, con ese olor bendito de México... Ay
México, con tus mariachis, tus minas de plata y tu sangre
revolucionaria, Ay México, con un Trotsky muerto y muchos amantes
escondidos, Ay México...
Al poco tiempo volvió de allí, era obvio
que algo había cambiado, no se me hacía raro que hubiera conocido un
buen mozo Mexicano, uno de esos raros espécimenes sin acento y con dotes
encantadores que conquistan turistas y luego les sacan un montón de
dinero.
No era posible. Había ido con su familia, yo conocía a los
pequeños, por casualidad una vez nos encontramos en un festival de
películas, no teníamos los mismos gustos en cuanto a cine (realmente en
cuanto a nada), pero por esas cosas del ¿destino? nos encontramos,
conocí al tipo ese, al del anillo, aunque yo sabía que también la
engañaba, era obvio, entre hombres esas cosas son notorias.
Y allí
estaban los niños, uno muy parecido a ella, el más grande, un patán
completo, como ella. Y la niña, dulce, con esa mirada de su mamá, esa
mirada que desde la distancia me indicaba que era —por fin— hora de
vernos.
Al poco tiempo de regresar nos encontramos, todo sucedió
como esperaba, un encuentro, más normal que los demás, con su piel
mestiza, algo brillante, un poco quemada en algunas partes, pero aún
así, me encantaba.
Algo ocurría y yo no soportaba la duda. Jamás he
soportado la duda. La llamé, le dije que fuéramos a almorzar, que me
aceptara, que era una ocasión especial. Le pregunté. Quedó asombrada.
Tantas veces que lució inmutable, sería, decidida.
Esta vez la veía
con los ojos llenos de desconcierto, de nervios por no dar la respuesta,
que ambos sabíamos nos alejaría. Pero su respuesta, como la de
cualquier mujer, también me tomó por sorpresa, era la más fácil, la más
obvia y el camino más corto "No sé".
No me lo esperaba, para ser
franco. Me levanté de la mesa, dejé que ella pagara, recogí el maletín,
le di la mano, le agradecí por su respuesta y me fui. Ella no iba a
intentar detenerme, porque nunca le importé, porque para ella nunca
signifiqué nada, porque a pesar de todo "no éramos nada" porque era más
fácil aceptar que nada ocurrió que aceptar los sentimientos
encontrados... Ay amor.
Tenía tanta ira, tanta rabia, creo que los
carros paraban aunque el semáforo estuviera en verde, era tanta me rabia
que atravesé las calles a pasos largos, sosteniendo el maletín con
agarradera de cuero con fuerza, la mano se me ampollaba.
Subí.
Exhausto. Nadie preguntó nada. Nadie nunca preguntaba nada. A excepción
de la clásica pregunta del clima o de qué tal estaba el almuerzo, esas
preguntas para pasar el tiempo. El olor era el mismo de todos los días a
las dos de la tarde, y más un miércoles.
Por alguna razón los
miércoles la gente decide almorzar algo diferente, unos cazuela, otros
bandeja, unos más refinados trucha y otros por menos dinero, bagre. Ese
olor putrefacto y asqueroso del aliento de cada uno de quienes habíamos
almorzado.
El sol entraba fuerte por la ventana, y todos bostezaban,
unos que al igual que yo, no soportaban ese hedor, abrían las ventanas,
otros se ponían el celular en el oído, imitaban que recibían una
llamada, se iban al baño y allí su hedor terminaba.
Mis manos
temblaban, estaba nervioso. Ansioso. Escuchaba en mis adentros el
maldito, maldito tic-toc-tic-toc del segundero en el reloj que había
comprado con un dinero que ella me había dado. Qué miserable me sentía.
Para mis adentros solo se repetían las palabras que había dicho, el "No
sé" enardecía mi ira. Sus frases negándolo todo, negando cada momento,
negando cada beso, negando cada vez que la vi desnuda y cada vez que me
vio sin ropa alguna. Negando lo que sentía. Culpándome de que no supiera
que sentía.
Negando todo, una y otra vez, negando cada paso que
dábamos en la calle, negando cada vez que tomaba mi mano, negando cada
abrazo, cada risa, negando cada te amo. Negando que fui el tipo por el
que en algún momento sustituyó a su esposo, a su ejemplar marido.
Culpándome, culpando mi ego, culpando mis sentimientos, culpándome de
todo. Culpándome de la respuesta a mi pregunta de si ya no me quería
como al principio, como cuando por primera vez estuvimos solos y la vi
tan perfecta, tan impasible, como una diosa. Como cuando tocamos la
gloria, juntos.
Una tras otra afirmación, negándome y culpándome,
todo. Todo. Refugiándose en su viaje, en su profunda reflexión de que el
otro idiota y yo ya no valíamos nada. Vaya, qué gran viaje. Qué gran
forma de amar.
Llegó el jefe, Fonseca el apellido del hombre,
me llamó a la oficina, todos sabían para qué era. Me levanté de la
silla, cerré todas las ventanas de Excel, las carpetas con los casos y
apagué la pantalla. Entré a la oficina, qué raro, nunca había entrado,
jamás me había fijado en esos carritos de colección, o en la vieja
vitrola que heredó.
Me senté con calma, las manos me sudaban, las
ampollas en la mano derecha me ardían, el pecho me palpitaba tan fuerte
que sentía no soportar ser un desgraciado oficinista más. Me dijo,
López, aquí está su despido, lo siento, usted ya no es productivo, ha
infringido el reglamento y... No soporté la ira, salté sobre él lo
golpeé, una y otra, y una y otra y una y otra vez.
Su sangre fluía y
los otros ya venían a detenerme, claramente había quienes disfrutaban
del escándalo. Para quienes ahora era un héroe, un soldadito de papel
que se arriesgaba a atentar contra el poder, el gordo grande de
facturación me detuvo, junto con el que estaba dos cubículos adelante
mío.
No le había roto la cara, ni los dientes, tan solo un ojo
hinchado y un tabique descuadrado, iba a estar bien. Llegó la policía,
todo fue como en cualquier caso de violencia, ya lo dije. Tres noches en
un CAI, viernes, sábado, domingo. El lunes se llevó a cabo la
audiencia. El resto ya lo saben.
Son las diez. Ahora estoy
sentado al borde de mi cama, con un dinero extra y otro por pagar, eso
quiere decir, como siempre. Todo pasó tan rápido, que lo único que
recuerdo, es que, tres minutos antes de saber la respuesta a mi
pregunta,
Ella, seguía diciéndome "Te Amo"”
Daniel López (@MisterNadie)